viernes, 18 de noviembre de 2016

CALLE DE LA MUERTE Y LA VIDA.

El extraordinario poeta y narrador argentino, Don Enrique Larreta, guardó, como un tesoro, sus queridas poesías modernistas bajo el título de este blog.

La calle de la Muerte y la Vida, estrecha, quebrada, escondida, te acoge pleno de vida y te devuelve al ruidoso mundo tras un lento caminar por el frío recogimiento de sonrosados granitos, gráciles gárgolas, una antigua y desolada cruz que te lleva la mirada hasta una docente cornisa, iluminada por la belleza del rostro de Beatriz Dávila y ensombrecida por una seria calavera, sobre el  yacente cuerpo de un joven noble de la familia de los Águila.


La leyenda nos sitúa en el año 1520.
Un joven pintor, Cristóbal Álvarez, está realizando un trabajo en el palacio de los Dávila. Su cotidiana labor le brinda la ocasión de conocer y conversar con la bella Beatriz de la que se siente prendado.

Un apuesto joven de la noble familia de los Águila, también está enamorado de la hermosa Beatriz.

La estrechez de la calle de la Cruz Vieja, es propicia para lavar las diferencias de honor, en nocturnos duelos a espada.

Ambos enamorados, se baten en duelo, protegidos por las sombras de la noche. Una certera estocada de Cristóbal hace caer herido de muerte al joven Águila. Las luces del alba muestran al viandante el cuerpo tendido en las losas del noble. Las luces del amanecer, espolean el caballo de Cristóbal hacia la guerra en Flandes.

Desde aquel amanecer, la calle de la Cruz Vieja tiene dos nombres, el de siempre y el de un triste hecho que ensangrentó el granito y  grabó la cornisa cimera con la belleza de Beatriz y el adiós a este mundo del noble hijo de los Águila. "La calle de la Muerte y la Vida."

Realmente, si decides entrar en ella, tras los primeros pasos, entre puertas de hostelería, te sientes envuelto en un hondo recogimiento, donde te abaten los muros de granito hasta la impotencia del sólo caminar, del sólo pensar, del sólo contemplar tu inoperancia en un mundo nuevo para tí: callado, interior, cercado y asediado por los témpanos helados, berroqueños que te cierran la visión del azul celeste.

La calle, quebrada y corta, te sumerge en serios pensamientos, te despoja de toda superioridad humana y te instala en el inicio y el fin: la vida, el nacer, el vivir, y el final, la muerte.

Al final del trayecto, acercándote a la entrada catedralicia, agradeces el acogimiento que te brindan los encadenados leones. Como si escapases del arca de cinco llaves  y volvieses a caminar, de nuevo, entre el fragor del tráfico, el convivir con semejantes y el tener las manos y los hechos libres para el buen obrar.

No me extraña que Larreta guardase sus poesías, encuadernadas entre las tapas de tan arcano título. "La calle de la Muerte y la Vida."

Este argentino, casi uruguayo, residente en Biarritz, siempre que podía, lo hacia muchas veces, visitaba Ávila y hasta la dibujaba ilustrando su obra "La Gloria de Don Ramiro".



EL POZO
Son dos sombras inmóviles junto al brocal.
Un trozo de barro queda apenas de aquel nido de hornero.

¡Cuántas y cuántas veces, besándose primero
con la emoción del agua, bebieron de este pozo!

Ella baja los párpados y, sin mirarla, el mozo

le dice con tristeza: “¡Malhaya el forastero
que me robó mi bien y malhaya el dinero!”

Es su voz más que voz un varonil sollozo.
Se han juntado sus manos. Llora la sangre, llora

bajo la piel morena; mientras ella, al instante,
“Fue la vida –responde-, no fui yo la traidora.”

Luego los dos se inclinan sobre el profundo espejo.

Él la mira allá abajo celestial y distante.
Pureza del no ser en el ser de un reflejo.


BUENAS NOCHES, MAMÁ.


https://www.youtube.com/watch?v=njDvMoeeLCo&t=155s

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