Con frecuencia he ido al Hospital Nuestra Señora de Sonsoles de Ávila, casi siempre a la consulta de Cardiología.
De sus simétricos y equidistantes ventanales, sólo uno, atrae fijamente mis ojos. En su rectángulo, se pega mi fija mirada y según me aproximo al vestíbulo de entrada, bajo al suelo, la vista para no tropezar con ese escalón que recuerda "Prohibido Fumar". Creedme que si pudiese, me sentaría en el bordillo de la rotonda para seguir contemplando ese ventanal 305 que, inadecuadamente, considero propio.
La frialdad arquitectónica, la ecuanimidad del tiralíneas del arquitecto,intenta un imposible, iguala: huecos, distancias, triple partición de cristaleras. El creador del plano, valora por igual cada hueco del edificio. En contrapunto, la realidad vivida en el interior de cada rectangular ventanal, encierra una enorme riqueza a los más variados sentimientos: alegrías por el recién nacido, satisfacción por el recuperado, dolor por el incapacitado y pena, honda pena, por el que -por siempre- nos ha dejado.
La ventana de la 305 es dimensionalmente idéntica a las demás. Interiormente atesora rasgos de vida, momentos de esperanza y dolorosos recuerdos, entre ellos el mío, el de mis ojos fijos en ese hueco querido y amado.
La mesa del delineante crea la capacidad para la estancia, pero es nula en el reflejo del hondo sentimiento humano, de quien la habita estacionalmente.
Hace unos días, tenía que visitar a un amigo en la Planta Octava. Estacioné mi automóvil, fije mi mirada en el ventanal 305 y me juré que sin falta, bajaría hasta la planta tercera para revivir entrañables recuerdos, dolorosos, pero entrañables.
Sólo dos personas subimos en el ascensor hasta la Planta Octava. Pronto di con la habitación 803, donde las noticias eran una nerviosa espera al resultado de un futura tomografía computarizada, El famoso TAC para encontrar causas de una dolencia con causa desconocida.
Tras acompañar a mi amigo y su esposa partí hacia el ascensor que raramente sube rápido hasta la octava.
Decidí bajar a pie, tal como me lo había propuesto hasta mi querida planta tercera. Dí rápidamente con la habitación 305 que tenía la puerta abierta.
No, no me había equivocado en la cama lateral a la ventana sobre ella, anclado al techo estaba el riel portador, cuando se precisa, de una cortina que aísla al enfermo de los acompañantes.
Era la habitación que mi Esposa ocupó cuando abandonó en la arena su barca para irse a otro mar.
Recostado en la pared frontera, miré a su interior desde lejos. Mi mente repasó uno y mil recuerdos de aquella entrañable Señora con la que compartí: Vida, Hogar y Familia. Recordé su entereza camino del quirófano; su alegre mirada en la recuperación final, su apretar mi mano cerca de la hora final.
Como los recuerdos son de agua, mis ojos se humedecieron y a duras penas veía los escalones de bajada hacia la Salida.
Sola te marchaste en pos de otro Mar, aquí en la arena dejaste tu barca llena de recuerdos amorosos, de señorío en el obrar y de entereza en el marchar.
Orgulloso de tu vida, prendado de tu muerte seguiré mirando a tu ventana 305 hasta que Dios me de número en la cúbica fachada para dejar mi barca y buscarte ansioso en otro Mar.
BUENAS NOCHES, MAMÁ,
https://www.youtube.com/watch?v=yQM2Nh19X_0
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