En la imagen, la "Dolorosa" de Gregorio Fernández saliendo del templo, donde la custodia la más antigua cofradía vallisoletana, la de La Santa Vera Cruz, con la que desfilé de adolescente, vestido de negro y verde, de dolor devocional y esperanza filial.
La belleza de la imagen, acrecida por ser Madre y por la sublimación del dolor, parece mirar hacia donde su hijo agonizaba.
El dolor más lacerante para el corazón de una madre, es la pérdida de un hijo. Cuando esa muerte, no es natural y sí accidental, el dolor inunda todo su ser maternal, sublimando la personalidad femenina a su más alto valor. Es el cenit de la Maternidad sobre la Hombría. Es el triunfo del sentir femenino sobre el pesar masculino.
Lo he vivido en mi hogar. Aquella joven, siempre sonriente, complaciente, entregada con todos y con la que me uní hasta que la muerte nos separarse, me regaló con dos hijos. Uno de ellos, el más joven a punto de cumplir 23 años falleció en un accidente de trafico, perdiendo el sentido y clavándose contra un árbol.
Mil veces he rodado ese asfalto, he soltado mis manos del volante, e indefectiblemente, me salía de la carretera y el repetido sino, me llevaba al maldito tronco; hoy, afortunadamente talado.
Desde entonces, nunca volvió la sonrisa a los labios de mi Esposa. Amable, complaciente, entregada a su vida hogareña, con su rostro bello, acrecida su belleza por el dolor íntimo de haber perdido a quien engendró y con él convivió. El dolor hace más bello el rostro de la Madre Dolorosa, sus ojos empañados, destellan una atrayente luminosidad.
Estos días, no paro de escuchar el relato emocionante del Hermano Rafael, describiendo la subida al Gólgota de la Madre del Redentor. Una obra extraordinaria del Maestro Serrano, en la que seguramente, influyó la muerte de su hijo poco antes de componer la zarzuela titulada "La Dolorosa". Tal suceso, ensalzó el dolor a una musicalidad: doliente, serena y callada.
La música y el libreto, se unen en una ascensión inevitable, cargada de entrega, enternecida por el dolor, hacia el Hijo que la espera pendiente de la Cruz.
Lo normal en la vida es ver la muerte de los padres. Lo inefable y rayano con la imposibilidad es desprenderse de un hijo para sobrellevar una vida solitaria de ese amor. No estamos entrenados para ese trueque de amores.
Camina, camina, llorosa, la Madre Dolorosa del Redentor.
Como María, tu Mamá, subiste tu Calvario. lo subiste tan afectada que influyó varios años en tu salud Los primeros años eran habones en tu piel, provocados por la Helicobacter Pílori. Mejoraste, pero nunca la erradicaste, la Impenitente bacteria se fue contigo y tu dolor.
Ambos, nos unimos estrechamente, intentando superar la muerte de nuestro Álvaro, siempre presente en sus diarias y notadas ausencias. Ese apoyarnos, su marcha, hizo nuestro amor imperecedero.
Me temo te sonreirás con lo que pienso pedir cuando la lápida de granito nos cierre las cenizas todos, No quiero pongan mi nombre, sólo quiero que pongan "AL FIN JUNTOS"
Hoy, Mamá, he quedado solo ante los sentidos recuerdos, el de nuestro hijo y el tuyo ya que me adelantaste en subir los peldaños del Adios hacia la cruz del Redentor en el Camposanto de Tornadizos. Junto a tu hijo ya descansas cabe él.
El pasado Viernes de Dolores, me acordé de mis Dolorosas: La de la Vera Cruz y tu mi Dolorosa. Rememoré la subida a tu montículo de la Calavera y una vez más, quiero escuchar con todo mi amor, atención y penetrando la letra de esa canción del Hermano Rafael, que describe el fervor, la entrega y el dolor de las madres dolorosas que dieron a luz a un ser preparado para vivir largos años con vosotras y que, inesperadamente, sufristeis verle morir.
Mi beso entristecido a todas las Madres que disteis el Adios a vuestros hijos.
TRISTE NOCHE, MAMÁS.
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