viernes, 28 de julio de 2017

Calle Ferrocarril, el Sr. Granja.

    



MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA

  Mi querida Niña, recuerdo aquellos felices años de nuestra infancia, en que gran parte de nuestro tiempo de asueto, lo dedicábamos al fútbol; el marco o estadio de nuestros regates, la tranquila calle Ferrocarril de Valladolid; nuestra portería, donde marcar goles, las puertas traseras de la empresa maderera Delibes frente al número 15, cabe la zapatería del Señor Macario, un artesano que, al agradable señor Cantarino, calzaba sus pies deformes. Su taller de calzado, era una gestoría vecinal.

      Calle de poco tráfico, únicamente transitada por aquellos bonitos remolques de carga, tirados por preciosos caballos percherones de la empresa Transportes Posadas, portadores de varias cubas, con vino de Cebreros, a descargar en la esquina de Almacenes Vallejo. Como cada día, el carro de leche de Zacarías o la bici con el cesto de pan, pedaleada por la guapa Consuelo.
      Nos entregamos con frenesí al deporte de nuestra pelota, creada y  armada por nuestro pequeño utilero Miguelito. Una vieja pelota de frontón en el centro, una continuada serie de capas de papel de prensa, diarios atrasados de " El Norte De Castilla", encerrados y prensados, por más capas de trapos, del viejo guardapolvos colegial de Miguel y cosidos con hilo de cáñamo, por la aguja del hábil Andresito. Ese era nuestro balón de reglamento callejero, nuestra apreciada pelota.

      Locos, corríamos tras la artesana pelota, sin cesar,emulando a Uriarte, a Pirri, a Quino o a Iriarte. Nuestro sin cesar, tenía un freno paralizante, la rotura de un cristal vecinal, o la aparición de una gorra de plato.

      En aquellos tiempos una gorra de plato era el máximo exponente de esa facultad que: manda, rige, ordena y gobierna. Cuando alguien era digno de una misión, cuasi gubernativa, se le otorgaba una gorra de plato. Nosotros, adolescentes, educados en el respeto a la Autoridad, parábamos el juego, tomábamos la pelota de trapo en la mano y volvíamos la mirada hacia el dintel del portal 15.

      Recién desayunado, impecablemente vestido, botonadura dorada y bajo su gorra de plato, aparecía: pausado y con la mirada fija en cada uno de nosotros, el apreciado, esperado y querido "Tío Granja".

- Buenos días muchachos, tened cuidado con la pelota. Espero no rompáis algún cristal. Ojo con las peleas.
       
      Esperábamos a que, pausadamente, se alejara hacia su trabajo, para continuar nuestro partidillo.

      El Tío Granja estaba empleado como Conserje en el Museo de Escultura, sito en la calle Cadenas de San Gregorio y frente al Palacio de Villena. Su autoritaria gorra, no le libraba de: limpiar, adecentar y ordenar tantas estancias, cargadas de autenticas obras del siglo XIII hasta el XVIII.

 El señor Granja, se sabía la historia de cada Virgen, de cada Niño Jesús; parecía coetáneo con Santo Domingo el de Berruguete y hasta aprendiz, en el taller de Gil de Siloé.

      Era toda una vivencia, verle explicar el autor de una imagen, la procedencia del Nazareno que la Desamortización legó al Museo, el policromado de La Verónica, obra de Gregorio Fernández.

Dominaba hasta la Matemática incluida en el hombro del sayón que, equilibra con la escala, toda la numerosa composición del Levantamiento de la Cruz,obra del Maestro Francisco Rincón. 

 El señor Granja era el manierismo de los cicerones.

      En este momento, ceso como responsable de este blog. Me retrotraigo a la celebración de una boda en el Hotel Roma de Valladolid, a la comida claro. Mis hermanas y yo, no podíamos estar sentados en otro lugar que alrededor del sitio que ocupaba nuestro primo Carlos.

      Si deseabas una comida gozosa, alegre, chistosa, lo mejor era tomar asiento cercano al de nuestro primo. A los postres, nos obsequió con uno de sus graciosos dichos, esta vez referido a nuestro Museo de Escultura y al eminente cicerone Señor Granja diciéndonos:

Aquella mañana, el señor Granja estaba preocupado, tenía anunciada la visita de un grupo de visitantes al Museo; eran escoceses, pero no se precisaba interlocutor pues dominaban el castellano.

Sobre las 11,00 horas llegaron los visitantes, provistos de sus cámaras fotográficas, bien desayunados y comandados por un dominador Mister Andrew, entendido en escultura tardo-renacentista.


El Señor Granja, les mostró la imagen crucificada de la mártir Santa Eulalia, obra de Luis Salvador, haciéndoles observar que en la mano derecha de la mártir, faltaba el clavo taladrante, perdido en la contienda civil.
Seguidamente, todo orondo y satisfecho mister Andrew espetó.

-Nosotros, tener en Escocia, en Irvine, el clavo perdido.


En la siguiente sala, nuestro señor Granja, les mostró el grupo escultórico, obra de Gregorio Fernández, denominado "La Verónica". Como aclaración el cicerone añadió que a la Santa Mujer, le faltaba tendido en sus manos, el lienzo con el que limpió el rostro de Jesús. Lienzo que cada año, un eximio pintor, plasma en él la faz del Nazareno.
Seguidamente, ufano y satisfecho mister Andrew añadió.

-Nosotros, tener en Escocia, justamente en Glasgow, el paño original salido del taller de Gregorio Fernández.

Un poco mosqueado, nuestro señor Granja pasó a la siguiente sala, mostrándoles el grupo escultórico del maestro gallego, formado por varias figuras en la que un sayón acercaba, con la lanza, una esponja mojada para aliviar la sed del Crucificado. Aclaró nuestro Guía -al grupo escocés- que la esponja sólo se colocaba en la pica de la lanza cuando en Semana Santa, procesiona el "paso".

-Mi, tener en Escocia, la esponja marina que el escultor trajo de Galicia.

Al meticuloso señor Granja, le rechinaron los dientes, los pulmones se le ensanchaban con peligro de arrancar su dorada botonadura. De momento, solo él, entró en la siguiente sala y de la imagen de Santa Lucía, tomó uno de los dos ojos que descansaban en el plato y que la Santa, mostraba. Lo guardó en el bolsillo de su pantalón.


Mandó pasar, amablemente, al grupo de visitantes y procedió a describirles la belleza de expresión reflejada en la faz de Santa Lucía, su oferente brazo, portador del argentado plato, en el que sólo figuraba un ojo.

Orondo, ufano, presuntuoso, engreído y hasta más gordo, Mister Andrew proclamó


-Mi, tener en Edimburgo el ojo que falta de Santa Lucía.

Tranquilamente, nuestro experimentado Señor Granja sentenció

-Mister Andrew, el ojo que usted tiene, será el del culo, porque el de la cara lo tengo yo aquí.

Metió la mano en el bolsillo, y sobre su palma mostró el ojo de la Santa.


BUENAS NOCHES, MAMÁ.
https://www.youtube.com/watch?v=3Kbjnt6Kj5o      


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