Amadísima esposa.
Estos días del florido Mayo, singularmente dedicados a las Primeras Comuniones de nuestros pequeños españolitos, me han traído el recuerdo de mi, ya olvidada, Primera Comunión.
Tu foto de comulgante no la tengo. ¡Lastima!. Me hubiese gustado contemplarte de blanca paloma.
Hasta he hojeado en el álbum familiar mi fotografía de neófito comulgante. Nueve añitos, capa blanca con hombreras doradas, pajarita también blanca. Todo blanco, hasta los mismos zapa titos. Libreto de oraciones, cruz pectoral y rosario de mano. Todo un prometedor y futuro apolíneo. Los años no perdonan, mas bien te despojan de todo encanto inocente.
Rondando recuerdos, siempre tuve a gala pertenecer a la Iglesia de San Andrés en Valladolid. De su templo, un fascinante recuerdo: en su subsuelo fue enterrado, mediante limosnas y temporalmente, ni mas ni menos que Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, Maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II. Emparentado con el Papa
Luna. Su descanso final lo encontró en la girola de la catedral de Toledo, junto a su esposa Doña Juana de Pimentel en la capilla del Condestable, adquirida por Don Álvaro y terminada por su hija María.
El arzobispo de Toledo lo introdujo en la Corte como paje. Trepó, ascendió, se compenetró con su Soberano, le llevó en volandas sobre las encrespadas olas levantiscas de la nobleza castellana y aragonesa.
Tuvo amigos fieles y enconados enemigos. Desterrado varias veces, y vuelto a llamar por Juan II para serenar y calmar a la nobleza levantisca.
Aquella Castilla, era el único reino europeo autosuficiente.
Las naos catalanas, andaluzas, vizcaínas y cántabras llenaban sus bodegas de: lanas, cereales, aceites, hierro, curtidos y miel, para navegar rutas hacia Flandes, Italia e Inglaterra.
Paz con los sarracenos, pactos con Portugal, instituciones como la Hermandad Vieja de Castilla la Nueva o la Mesta, favorecían el desarrollo económico. En contra, nuestro viejo pecado, abandono de la industrialización.
Tanta paz y quietud bélica invitaba a Justas, Torneos y derroche en eventos. Poetas, escritores, elevación de la cultura lingüística. Hasta Don Álvaro de Luna resultó herido en un torneo caballeresco.
El de Luna, acrecía en riquezas y posesiones, también contaba con importantes enemigos: Los Mendoza, los Manrique, los Stúñiga. A estos últimos les asestó un rudo golpe entregando el condado de Alba y sus enormes señoríos a Don Fernán Álvarez de Toledo.
Un nieto de los Stúñiga le apresaría, en su día, para encerrarle prisionero en el castillo de Portillo.
Enviudó el Rey y siguiendo el consejo de Don Álvaro, contrajo
matrimonio con Isabel de Portugal. Con el paso del tiempo la Reina se volvió en contra de Don Álvaro. Fue apresado, encerrado en Portillo y tras un simulacro de juicio, decapitado en la Plaza del Ochavo de Valladolid.
Allí, pende una argolla que pudiera ser la que sostuviese la cabeza de Don Álvaro.
El Condestable, sereno y tranquilo, se despojó de su sombrero y su anillo. Se lo entregó a su joven paje Morales - Esto es lo postrero que te puedo dar, dijo. Se confesó con el franciscano al que rogó no se separase de él. Pidió a su verdugo tuviese bien afilada la daga y asentó su cabeza sobre la piedra justiciera.
Tras degollarle, el verdugo cortó su cabeza. Sobre el estrado, se colocó una bandeja para recoger monedas con las que sufragar el sepelio. Rápidamente la bandeja rebosó de monedas de plata.
Confiscados todos su bienes fue enterrado, previa donación de limosnas por el pueblo, en la iglesia de San Andrés, lugar de sepultura, en las afueras, para los ajusticiados.
Inserto el dramatismo del boceto para el cuadro de Eduardo Cano sobre la recogida de monedas para el entierro del Condestable. Destaca el rostro dolorido del joven doncel Morales velando los restos de su Señor Don Álvaro.
Su esposa y su hijo se refugiaron en la fortaleza de Escalona. Finalmente la rindieron a las tropas reales. Fueron condenados a muerte y privados de sus bienes. Tras un tiempo, el Rey, pesaroso
y compadecido, les otorgó el perdón. Doña Juana de Pimentel, conservó las posesiones y el castillo de Arenas de San Pedro, recibido como dote de su padre el Conde de Benavente. Tras la muerte de Don Álvaro, siempre firmaba sus escritos como "La Triste Condesa".
Al morir, cedió todos su bienes a sus fieles arenenses.
Al paso de los años, la Justicia reconoció la ilegitimidad del juicio. El Rey tras este suceso, el sepelio de Don Álvaro y sus funerales, se encerró en enfermizo mutismo, paralizó su actividad y tras su arrepentimiento, falleció.
Quienes soportamos la soledad por la muerte del ser amado. deberíamos firmar, como Juana de Pimentel "El triste bloguista."
Don Álvaro fue objeto de Cervantes. También del enemigo, el poeta Jorge Manrique. Su amigo y partidario Juan de Mena pondera su figura en el "Laberinto de la Fortuna"
Estos días del florido Mayo, singularmente dedicados a las Primeras Comuniones de nuestros pequeños españolitos, me han traído el recuerdo de mi, ya olvidada, Primera Comunión.
Tu foto de comulgante no la tengo. ¡Lastima!. Me hubiese gustado contemplarte de blanca paloma.
Hasta he hojeado en el álbum familiar mi fotografía de neófito comulgante. Nueve añitos, capa blanca con hombreras doradas, pajarita también blanca. Todo blanco, hasta los mismos zapa titos. Libreto de oraciones, cruz pectoral y rosario de mano. Todo un prometedor y futuro apolíneo. Los años no perdonan, mas bien te despojan de todo encanto inocente.
Rondando recuerdos, siempre tuve a gala pertenecer a la Iglesia de San Andrés en Valladolid. De su templo, un fascinante recuerdo: en su subsuelo fue enterrado, mediante limosnas y temporalmente, ni mas ni menos que Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, Maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II. Emparentado con el Papa
Luna. Su descanso final lo encontró en la girola de la catedral de Toledo, junto a su esposa Doña Juana de Pimentel en la capilla del Condestable, adquirida por Don Álvaro y terminada por su hija María.
El arzobispo de Toledo lo introdujo en la Corte como paje. Trepó, ascendió, se compenetró con su Soberano, le llevó en volandas sobre las encrespadas olas levantiscas de la nobleza castellana y aragonesa.
Tuvo amigos fieles y enconados enemigos. Desterrado varias veces, y vuelto a llamar por Juan II para serenar y calmar a la nobleza levantisca.
Aquella Castilla, era el único reino europeo autosuficiente.
Las naos catalanas, andaluzas, vizcaínas y cántabras llenaban sus bodegas de: lanas, cereales, aceites, hierro, curtidos y miel, para navegar rutas hacia Flandes, Italia e Inglaterra.
Paz con los sarracenos, pactos con Portugal, instituciones como la Hermandad Vieja de Castilla la Nueva o la Mesta, favorecían el desarrollo económico. En contra, nuestro viejo pecado, abandono de la industrialización.
Tanta paz y quietud bélica invitaba a Justas, Torneos y derroche en eventos. Poetas, escritores, elevación de la cultura lingüística. Hasta Don Álvaro de Luna resultó herido en un torneo caballeresco.
El de Luna, acrecía en riquezas y posesiones, también contaba con importantes enemigos: Los Mendoza, los Manrique, los Stúñiga. A estos últimos les asestó un rudo golpe entregando el condado de Alba y sus enormes señoríos a Don Fernán Álvarez de Toledo.
Un nieto de los Stúñiga le apresaría, en su día, para encerrarle prisionero en el castillo de Portillo.
Enviudó el Rey y siguiendo el consejo de Don Álvaro, contrajo
matrimonio con Isabel de Portugal. Con el paso del tiempo la Reina se volvió en contra de Don Álvaro. Fue apresado, encerrado en Portillo y tras un simulacro de juicio, decapitado en la Plaza del Ochavo de Valladolid.
Allí, pende una argolla que pudiera ser la que sostuviese la cabeza de Don Álvaro.
El Condestable, sereno y tranquilo, se despojó de su sombrero y su anillo. Se lo entregó a su joven paje Morales - Esto es lo postrero que te puedo dar, dijo. Se confesó con el franciscano al que rogó no se separase de él. Pidió a su verdugo tuviese bien afilada la daga y asentó su cabeza sobre la piedra justiciera.
Tras degollarle, el verdugo cortó su cabeza. Sobre el estrado, se colocó una bandeja para recoger monedas con las que sufragar el sepelio. Rápidamente la bandeja rebosó de monedas de plata.
Confiscados todos su bienes fue enterrado, previa donación de limosnas por el pueblo, en la iglesia de San Andrés, lugar de sepultura, en las afueras, para los ajusticiados.
Inserto el dramatismo del boceto para el cuadro de Eduardo Cano sobre la recogida de monedas para el entierro del Condestable. Destaca el rostro dolorido del joven doncel Morales velando los restos de su Señor Don Álvaro.
Su esposa y su hijo se refugiaron en la fortaleza de Escalona. Finalmente la rindieron a las tropas reales. Fueron condenados a muerte y privados de sus bienes. Tras un tiempo, el Rey, pesaroso
y compadecido, les otorgó el perdón. Doña Juana de Pimentel, conservó las posesiones y el castillo de Arenas de San Pedro, recibido como dote de su padre el Conde de Benavente. Tras la muerte de Don Álvaro, siempre firmaba sus escritos como "La Triste Condesa".
Al morir, cedió todos su bienes a sus fieles arenenses.
Al paso de los años, la Justicia reconoció la ilegitimidad del juicio. El Rey tras este suceso, el sepelio de Don Álvaro y sus funerales, se encerró en enfermizo mutismo, paralizó su actividad y tras su arrepentimiento, falleció.
Quienes soportamos la soledad por la muerte del ser amado. deberíamos firmar, como Juana de Pimentel "El triste bloguista."
Don Álvaro fue objeto de Cervantes. También del enemigo, el poeta Jorge Manrique. Su amigo y partidario Juan de Mena pondera su figura en el "Laberinto de la Fortuna"
"Éste cabalga sobre la Fortuna
y doma su cuello con ásperas riendas;
aunque d él tenga tan muchas de prendas,
ella non le oso tocar ninguna;
míralo, míralo, en plática alguna,
¿cómo, indiscreto, y tú no conoces
al condestable Álvaro de Luna."
BUENAS NOCHES, MAMÁ.
https://www.youtube.com/watch?v=Z-I9VZ5HwcA
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