sábado, 4 de junio de 2016

CUMBRE DEL ROMÁNICO. (I)

Bajo el arco toral del transepto en la Basílica de San Vicente, se ha llevado a cabo una laboriosa restauración con los medios más adelantados y con la intervención de más de cincuenta técnicos.

Me estoy refiriendo al Cenotafio de los Mártires: Vicente, Sabina y Cristeta. 

Eran tiempos del emperador Diocleciano y su Pretor en Hispania y Lusitania, Daciano, siglo III.
Hombre cruel, al cuidado de las levantiscas fronteras a él encomendadas. Daciano, veía subversivos súbditos, especialmente en los practicantes del cristianismo. Dejó regueros de sangre  en numerosas localidades, especialmente entre los seguidores de Cristo.

El Cenotafio es una lección magistral sobre el martirio de San Vicente y sus dos hermanas, a él encomendadas por sus padres. Este monumento, expresa en piedra dolomíta (carbonato de calcio y magnesio), con la naturalidad y siempre docente, del románico, las escenas del prendimiento, prisión, huida, persecucion y martirio de los Confesores.

Para mayor expresión magistral, el Cenotafio parece fue labrado por un taller itinerante, otros lo atribuyen al Maestro Fruchel en la segunda mitad del siglo XII. Fue policromado inicialmente. 

Repintado en 1470 a causa de las dudas del Obispo Martín Vilches sobre si los restos de los Mártires, obraban en la oquedad roqueña donde fueron arrojados.

Los restos, tras el martirio fueron arrojados entre las breñas del berrocal, roca visitable desde la cripta de la Virgen Soterraña.

Al quedar Ávila en tierra de nadie tras la invasión sarracena, el rey Fernando I, los trasladó a Covarrubias. De allí pasaron al Monasterio de San Pedro de Arlanza (Burgos) y tras la ruina de este Monasterio, fueron depositados en la Catedral de Burgos. Por fin, reposan en el Altar Mayor de la Basílica, bajo el ara.

Ante la duda del Obispo Martín Vilches, desconocedor del periplo de los restos, éste mando levantar la losa obrante bajo el Cenotafio. Introdujo su mano, palpándo la tierra húmeda, al elevar su mano, la encontró manchada de sangre. Tras ello, como reparación a su curiosidad malsana, levantó el baldaquino que corona el Cenotafio.

Describamos los hechos relatados en piedra figurantes en el lado sur del monumento.



Apresado San Vicente, es conducido ante el Pretor maniatado.
El Pretor, coronado, le exige que renuncie a su fe cristiana y ofrezca sacrificios al dios pagano Júpiter.

La naturalidad de la escena nos muestra a un Daciano complaciente, muy seguro de lograr sobre el apresado su renuncia a Cristo.

El artista, desde el inicio de las escenas ya se ocupa de centrar una aureola tras la cabeza de San Vicente, para señalar su identidad al contemplante.



Dos esbirros, armados, conducen al Santo a su calabozo, Vicente sigue maniatado.

Uno de los esbirros hace ademán de  arrastrarle, esforzado, hacia el encierro.

El otro, con cara sorpresiva y dedo índice,señalante, muestra la huella dejada por Vicente sobre el solado pétreo del piso-

Esta Basílica, es la de las huellas. Una la aquí indicada. Otra la de la Mula que transportó el cadáver de San Pedro del Barco hasta esta Basílica.




Sabina y Cristeta, también aureoladas, visitan a Vicente en su encierro.

Desconsoladas, su vida y cuidados están otorgados por sus padres a Vicente; le animan a huir, a abandonar Ávila y morar en otro lugar, lejos de Daciano.

El escultor, enaltece los gestos y posturas suplicantes, especialmente en la cariñosa y arrodillada Cristeta.

El rostro de Vicente, dolido y pensativo, parece volcarse en afecto hacia sus hermanas y sus razones.

Finalmente, huyen.




Daciano es informado por su carcelero de la huida de Vicente. Con gesto preocupado, se mesa la barba; autoritario, ordena a sus soldados la persecución del Mártir y sus hermanas.

Tan autoritaria orden es atendida urgentemente. El soldado que la recibe, besa la mano del Pretor en señal de aquiescencia; su compañero, a caballo, ya está ofreciendo las riendas de la segunda montura para iniciar, cuanto antes, el seguimiento de los tres hermanos.





En esta escena, última por hoy, la naturalidad románica sustituye, más bien esconde, la columna de la izquierda por la  hoja de una puerta ornada con artísticas bisagras. Queda muy claro, al espectador, que se trata de una salida desde un recinto vigilado, hacia el campo exterior.

Vicente, en plano interior, inicia la marcha, su hermana, cabalga tras la columna en segundo plano. Finalmente, Sabina intenta crear un primer plano, aunque el casco delantero de su montura se esconde tras la columna helicoide.

La obra y su labor docente es genial. Nos permite, sin prosa narrativa, conocer, adentrarnos y sentir las escenas, cual actores intervinientes o presentes en la acción. Toda una saga casi televisiva: argumento, paisaje, actores, semovientes y... como siempre los Buenos y los Malos.


BUENAS NOCHES, MAMÁ.


https://www.youtube.com/watch?v=sGr6B6Rp4PU





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