Afortunadamente, mi generación masculina, prendábase de una buena moza que, a la vez, era una buena cocinera. Tú, mama, lo eras.
Hasta Santa Teresa, se extasiaba con la sartén conteniendo aceite y como escaseaba en el convento, la compañera semanal de cocina -Sor Isabel de Santo Domingo- asía fuertemente el brazo de la Santa en evitación de un derrame del precioso líquido.
Decía la Santa: " pues ! ea, hijas mías,! no haya desconsuelo cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores; entended que, si es en la cocina, también entre los pucheros anda el Señor."
Mama, tu partida me ha privado de los platos figurantes en tu extensa carta: carnes, verduras, legumbres, pescados, sopas y ensaladas.Este aprendiz de cocina, falto de experiencia, rehuye los fogones. Ayer, me decidí a vencer mi temor a la olla exprés para guisar unas lentejas. Coloqué mal la tapadera de la olla, rectifiqué asustado por una posible explosión. Conseguido el cierre apropiado soñé durante 16 minutos con el éxito final. Tras esos minutos, manual de la olla en mano, abro la tapadera y... un éxito defectuoso, la mitad superior de las lentejas aceptables, la mitad inferior, pegadas, negras y soldadas en el fondo del recipiente.
Jabón, estropajo de acero, espátula y cientos de refrotes hasta que la olla recobró su anterior brillo. Nada, mama, que en mi próximo ensayo tendré que añadir mas agua sobre la legumbre. Se ve que entre mis pucheros todavía no anda el Señor. Teresa y tú si que erais buenas entendidas de los fogones, Teresa, semanalmente. Tú a diario.
Otras de las virtudes portadas por Teresa y por ti, mi castellana, eran la humildad y la paciencia. Tú, tranquila, callada y humilde. Teresa, en una ocasión, tuvo que asirse fuertemente a la paciencia.
Estando Teresa en Toledo y en la mansión de Doña Luisa de la Cerda, prima de la Princesa de Éboli, recibió un encargo de Doña Ana de Mendoza y de la Cerda para fundar dos conventos en Pastrana. Doña Ana, recientemente nombrada Duquesa de Pastrana, deseaba engrandecer su villa ducal con ambas fundaciones.
Teresa, con 64 años ya, acudió -cansada y temerosa de la marimandona duquesa- a Pastrana, donde fundó un convento carmelita de frailes y otro de monjas. Ambas: Ana, versátil, casquivana y Teresa, no congeniaban en temperamento ni en la finalidad de la fundación.
Pasados varios años, Ana enviudó. Abandonó la Corte y solicito su ingreso en el convento de Pastrana. Su entrada, trastocó todas las normas y reglas de las Carmelitas Descalzas. Su celda, viose convertida en una estancia palaciega que, entre fastos, celebraciones y visitas, impedían a las monjas atender sus rezos, su clausura y su vida contemplativa.
Teresa, no lo dudó, calladamente y sin prevenir a Doña Ana, ordenó a sus monjas que, de noche y bajo la lluvia, abandonasen la fundación camino de Burgos. Allí, llegaron caladitas de agua y embarradas. El Señor dijo a Teresa, a cuenta de la lluvia y el barro - Así trato yo a mis amigos-
Teresa, agotada su paciencia y echando mano del humor le contestó - Por eso, Señor, tenéis tantos.-
El despertar -en su lujosa celda palaciega- de Doña Ana fue espantante. Estaba sola en su fundación. Montó en cólera contra Teresa y, a partir de entonces, propagó por la Corte las vicisitudes narradas por Teresa en su "Libro de la Vida". Sus calumnias y su odio hacia la Santa, influyeron notablemente para que La Inquisición prohibiera, por entonces, la lectura y propagación del Libro de la Vida.
Pucheros, paciencia, humildad y recio carácter son virtudes de la mujer castellana. Virtudes heredadas que, nuestras mujeres llevan innatas y de las que son portadoras -en todos y cada uno- de los hogares de nuestra Meseta.
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